Ahora que todo pareciera que el fin del mundo se acerca, es el momento oportuno para hacer las reflexiones que no hicimos oportunamente cuando había tiempo. ¿Cómo se puede sobrevivir? Esta es una pregunta que sólo puede ser respondida desde la arquitectura.
Ante una crisis mayúscula, en donde empiecen a faltar los elementos básicos para satisfacer los requerimientos del cuerpo, el instinto de sobrevivencia nos devolverá a nuestros más salvajes reflejos, nos regresará a un estado prácticamente animal, en donde la principal preocupación dejarán de ser las tasas de interés o el precio de dólar, sino como logar cubrir las necedades más elementales. Ante esto, la clave está en aquel elemento que, irónicamente, es el que nos conecta más fuertemente con nuestra parte animal: el WC.
En un escenario en el que, por medio de una pandemia de escala inimaginada, la civilización humana actual se viera colapsada, recurriríamos a pequeños núcleos de supervivencia, abandonando el concepto abstracto llamado “sociedad”. Este escenario no ha acontecido en la historia de la humanidad, aunque si en repetidas ocasiones en diferentes contextos más o menos aislados, algunas veces con resultados controlados o en otras exterminando a poderosas civilizaciones en un lapso cortísimo. En nuestra ubicación geográfica es recurrente, los misteriosos teotihuacanos, la desaparición de los Mayas y muy poco tiempo después la de los Aztecas contagiados de diversas enfermedades por los invasores extranjeros. (Trescientos españoles armados y con caballos no pudieron ser los causantes de la muerte de tantos millones de americanos) El mundo sobrevivió con serias bajas a la influenza del 1918, más airosos en la del 60 y mucho más fácil al SARS de hace pocos años cuya ventaja fue la de no transmitirse de humano a humano. Sin embargo, el pánico es una de nuestras sensaciones favoritas, y esta es la que nos puede devolver a ser animales. Y esta conexión animal es para la que estamos menos preparados para resolver, entre otras cosas porque no sabemos que hacer con nuestras excreciones.
Después de algunas semanas la pandemia se generaliza. Los gobiernos se desmoronan. No hay orden público. Algunos individuos fueron suficientemente previsores y lograron acumular alimentos no perecederos y agua potable para sobrevivir aislados un par de meses. Ya sea de manera individual o colectiva, estos precavidos lograron pertrecharse suficientemente bien en pequeñas células familiares o pequeñas sociedades de dos, tres o muy pocos más individuos. Nadie puede penetrar su pequeña fortaleza, los muros que la rodean son altos, las puertas seguras o son sigilosos y los menos preparados no pueden invadirlos para arrebatar sus preciadas pertenecías alimenticias. Sin embargo, el gran problema será siempre el WC.
El caos es absoluto en las grandes ciudades o pequeñas poblaciones. Nadie está disponible para atender el sistema de distribución de agua potable, o para generar electricidad para alimentar a las bombas que la distribuyen. Los que sobreviven en sus refugios no pueden contar con agua para deshacerse de sus excreciones, pero supongamos que también pensaron en esto y tienen una manera de evitar que se creen infecciones, ya sea enterrando o neutralizando sus heces de alguna manera. Sin embargo, fuera de sus fortalezas, no hay agua suficiente. Los que consiguieron no enfermar, morirán primero de hambre, otros luego de sed. Pero en ese proceso continuarán excretando millones de personas y sin agua para deshacerse de estos elementos, el aire y el suelo quedarán envenados, provocando infinidad de infecciones que serán irremediablemente transportadas por el aire, moscas y ratas.
Hace unos 150 años, el edificio del parlamento en Londres, en desastrosa cercanía con el entonces pestilente río Támesis, tuvo que bloquear sus ventanas con trapos húmedos con cloro para evitar que el cólera y las enfermedades mataran a la distinguida sociedad victoriana. En la capital de Escocia, en esa época, solamente había cinco WC´s , tres de los cuales estaban en hoteles. La epidemia de cólera mató a tantas personas que la ciudad regresó tener la población del siglo XVII. Esta enfermedad sigue siendo una de las principales causas de muerte en muchos países en donde los sistemas sanitarios no están desarrollados; En India solamente el 30% de la población tiene WC con agua corriente, y según la ONU, en Zimbawe el año pasado contrajeron la enfermedad 90,000 personas por esta falta de infraestructura en el 90% de su territorio.
Ya sea con excreciones propias o ajenas, de este problema no podrán salvarse ni los más precavidos, que seguirán en sus refugios llenos de latas de atún, garrafones de agua, baterías y antivirales sofisticados. Pasarán semanas o meses en lo que de manera natural esas miles de heces al aire libre queden eliminadas, y muchas de estas seguramente convertidas en polvo por el sol, mismo que permanecerá flotando en el aire o esparcido por la superficie de la tierra, por lo que a pesar de los más grandes esfuerzos de supervivencia, sin contar con un WC, la civilización simplemente terminará.